Os dejo un interesante artículo publicado en La Vanguardia en el que vuelve a quedar de manifiesto, la importancia del ejercicio a lo largo de la vida y en concreto en la etapa del crecimiento.
“Para tener un crecimiento
normal, de acuerdo al potencial genético de cada uno, es básico
hacer ejercicio; no es que por hacerlo uno vaya a tener una talla superior a la
que dicen sus genes, pero sí puede ocurrir que, si
no se hace, uno se quede más bajo que sus padres o abuelos”, afirma Carlos
Redondo Figuero, profesor de Pediatría en la Universidad de
Cantabria y miembro de la
Sociedad Española de Medicina de la Adolescencia. Y
subraya que si los padres supieran lo importante que es el ejercicio para sus
hijos, dejarían de utilizar barras para empujar el triciclo y de llevar
plataformas en los carritos del bebé para evitar que el hermanito mayor tenga
que caminar. “Un niño activo tendrá menos grasa, mejor funcionamiento
metabólico, más rendimiento neuronal y más capacidad de aprendizaje”, resume.
Necesidad biológica Pediatras, especialistas en medicina deportiva, y
expertos en educación física y deporte coinciden en que resulta imprescindible
que los niños salten, trepen y se muevan para que crezcan bien, tanto a nivel
físico como psicológico e intelectual. “Los seres humanos somos como somos como
consecuencia de los cambios motrices que hemos ido experimentando y que nos han
permitido adquirir la comunicación, la organización del trabajo, etcétera.
Antes del Homo sapiens fuimos
anfibios, reptiles, cuadrúpedos… Y a lo largo de esa evolución hemos adquirido
las capacidades motrices de reptar, trepar, caminar, saltar…
El niño tiene esas
capacidades y ha de desarrollarlas, porque la motricidad está íntimamente
ligada con la construcción del cuerpo, del cerebro y de la maduración del
sistema nervioso, ya que el ejercicio proporciona experiencias emocionales
significativas y con ello construye conexiones interneuronales”, explica Javier
Olivera, catedrático de Manifestaciones Básicas de la Motricidad y director
de la revista Apunts. Educación Física y
Deportes. Sin embargo, hoy el entorno social y medioambiental
no permite a los niños moverse mucho. “La mayoría vive en pisos pequeños donde
no pueden moverse mucho, y cuando sale a la calle no puede ponerse a correr y a
trepar a los árboles, y cuando arriesga en alguna actividad o juega a peleas
siempre hay un adulto que le insta a estarse quieto, así que muchos de esos
estímulos están bloqueados; si a eso se suma que la sociedad de la información
y las nuevas formas de ocio en las pantallas promueven el sedentarismo,
el resultado es que muchos niños no tienen la motricidad suficiente para
construirse a sí mismos”, enfatiza.
También Ernesto
de la Cruz Sánchez,
investigador de Actividad Física desde la perspectiva de la salud pública en la Universidad de Murcia,
cree que en los últimos 150 años hemos sido protagonistas de un cambio
revolucionario que ha provocado un desfase entre nuestro diseño como especie y
nuestro actual estilo de vida, porque la tecnología nos ha hecho la vida cómoda
pero, para crecer saludablemente, nuestro organismo aún precisa el estímulo del
esfuerzo físico cotidiano. “Biológicamente hablando, la función hace la forma:
nuestros músculos, nuestro esqueleto y nuestros órganos internos están
diseñados para un animal que siempre ha sido físicamente activo; lo contrario
nos hace enfermar”, indica. Prueba de esto, dicen los expertos, es que hoy hay
niños que padecen diabetes, colesterol o hipertensión, dolencias que hasta hace
poco tiempo no se conocían en la infancia, y que la tasa de
obesidad y sobrepeso infantil española es la más alta de
Europa.
Más allá del consumo
calórico que comporta, hay evidencias de que la actividad física tiene
consecuencias directas en el funcionamiento del organismo. El presidente de la Federación Española
de Medicina del Deporte, Pedro Manonelles, resume algunas: “mejora el perfil lipídico,
el de la glucosa y la función cardiaca global, lo que permite controlar el
colesterol, prevenir la diabetes y regular la tensión arterial; además estimula
el crecimiento, refuerza el aparato locomotor con beneficios sobre la fuerza y
el control articular, previene algunos tipos de cáncer, como el de colon, y
eleva la autoestima”. Manuel J. Castillo Garzón, catedrático de Fisiología
Médica en la Universidad
de Granada y director del grupo de investigación Evaluación Funcional y
Fisiología del Ejercicio EFFECTS 262, detalla el porqué de estos beneficios. De
entrada, con la actividad, los músculos se estimulan y producen una serie de
citoquinas que inciden sobre el crecimiento del propio músculo, creando más
masa magra y permitiendo que esa persona crezca más dentro de su potencial.
Pero además, se ha comprobado que entre los factores que estimulan la
producción de la hormona del crecimiento y, por
tanto, del factor IGF 1, determinantes para crecer, figura – junto al sueño,
una adecuada nutrición, la ausencia de enfermedad o el estrés – el ejercicio,
especialmente si se hace antes de comer o, al menos, sin haber ingerido
carbohidratos. “Un factor determinante de producción de picos de hormona del
crecimiento es la hipoglucemia, que los niveles de glucosa bajen, porque se
libera ghrelina en el estómago, que también es un estímulo para la hormona del
crecimiento”, explica Castillo. Y añade que mientras la hormona del
crecimiento, el IGF 1 y la ghrelina hacen crecer al niño en masa magra, la
insulina que se produce al comer carbohidratos hace crecer en masa grasa, a lo
ancho.
El estirón puberal Por otra parte, el ejercicio también afecta a la
producción de las hormonas sexuales, que son las que determinan el estirón
puberal, esos picos de crecimiento que experimentan los chavales al pasar de la
infancia a la adolescencia. Las hormonas sexuales –testosterona en los chicos y
estrógenos -progesterona en las chicas – provocan más actividad en el cartílago
de conjunción –el que separa la cabeza de los huesos largos del propio hueso–,
haciendo que el hueso crezca más rápido. Luego, cuando ese cartílago se
solidifica, se frena el crecimiento. “Por eso, si un niño da el estirón muy
pronto, igual deja de crecer antes, mientras que otro que estira más tarde,
como su cartílago produce hueso durante más tiempo, puede acabar creciendo más;
y el ejercicio juega en ello un papel fundamental”, relata el investigador de la Universidad de
Granada. La actividad física es especialmente
determinante en el caso de las niñas. Castillo explica que cuanto antes se
producen las hormonas sexuales femeninas, antes se desarrolla la niña, antes da
el estirón y más probable es que la talla final sea menor. Y lo que determina
que las hormonas femeninas se anticipen es el sobrepeso. “La leptina, una
hormona producida por las células grasas, informa al cerebro de que hay
cantidad suficiente de tejido adiposo para desarrollarse sexualmente porque el
cuerpo sería capaz de sacar adelante un embarazo; así que si la niña hace
ejercicio y tiene menos tejido graso, no produce tanta leptina, puede
retrasarse su desarrollo y estar creciendo más años, con lo que la talla final
será mayor”, detalla. Y apunta que esta es la razón por la que dos hermanas con
igual potencial genético acaban teniendo diferente talla cuando una de ellas,
en la etapa prepuberal, es más gordita.
En los niños, la
actividad física también afecta al estirón puberal, pero de forma menos
evidente. Si practican ejercicio de intensidad moderada o vigorosa (el que hace
sudar) aumenta la producción de testosterona y se
desarrolla más masa muscular que, a su vez, incide en el crecimiento de los
huesos. Eso sí, tampoco hay que pasarse, porque si el ejercicio es excesivo el
niño o niña osificará antes de llegar a dar el estirón y no crecerá lo que podría.
La dosis de ejercicio es relevante, porque si implica un esfuerzo asumible, un
estrés positivo, fomenta la producción de hormonas del crecimiento, pero si la
exigencia es excesiva y el estrés puede con uno, disminuye la producción de
hormona del crecimiento al aumentar las hormonas de estrés crónico.
Al margen de la
talla final que uno alcance, los médicos han comprobado que practicar ejercicio
proporciona unos huesos con mayor densidad mineral, es decir, más fuertes y con
más calcio, lo que es una forma de prevenir la osteoporosis.
“El hueso se forma en la dirección en que se somete a presión, así que con el
estímulo del ejercicio se hace más fuerte”, justifica Ernesto de la Cruz. “También actúa sobre
los adipocitos, consiguiendo que las células adiposas crezcan menos, mejora la
capacidad del corazón y los pulmones, provoca un mayor consumo calórico basal
(en reposo) y disminuye la predisposición al estado pro inflamatorio y, con
ello, a sufrir enfermedades”, añade Manuel J. Castillo.
Pero la actividad
física no sólo incide en la salud física. Hay evidencias de sus efectos en la salud
mental. “Ahora sabemos que una persona físicamente activa
durante su infancia tiene menor probabilidad de deprimirse y menor propensión a
desarrollar ansiedad u otras enfermedades psiquiátricas en la edad adulta”,
indica De la Cruz. Hay
también un notable número de estudios que vinculan la práctica de ejercicio con
menos problemas sociales y menos conductas de riesgo durante la adolescencia y,
en concreto, con un menor consumo de drogas.
Desarrollo cerebral Javier Olivera enfatiza, además, la repercusión del
ejercicio en la construcción del cerebro, en el desarrollo de las capacidades
cognitivas. “No es sólo que con la actividad física la persona tenga más o
mejor coordinación; es que tiene el cerebro más desarrollado, porque esa
actividad impacta en el cerebro en construcción del niño y genera un mayor
número de interconexiones neurocerebrales y ramificaciones dendríticas”, dice.
Y explica que las novedades motrices, la inseguridad y riesgo que conllevan,
los impactos emocionales que provocan – si se supera el reto, mejora de
autoestima y si no, frustración – llegan al cerebro, que es quien dicta las
órdenes y ha de buscar nuevos procesos, haciendo madurar el sistema nervioso.
“Por eso los niños con problemas motrices también presentan problemas en otras
áreas académicas, como dibujo, lectoescritura…”, apunta.
10.000 horas hasta los 8 años ¿Y qué tipo de ejercicio es más adecuado? ¿Mejor
trabajar más la fuerza o la flexibilidad, los brazos o las piernas? ¿Un deporte
individual o de equipo? “En principio da igual el tipo de ejercicio, lo
importante es que sea cotidiano, diario, y que sea divertido, no una carga u
obligación”, responde Ernesto de la Cruz. Javier Olivera dice que, para crecer bien,
el niño, hasta los 8 o 9 años, necesita moverse, no hacer deporte. “Pero
moverse horas y horas, en cantidad y calidad, hasta acumular 10.000 horas de
exploración motriz”, subraya. Y para alcanzar esa cifra todo suma: jugar,
caminar, saltar, pelear con los hermanos, tirar piedras, subir montañas, hacer
educación física en el colegio…
“Lo importante es
desarrollar todas esas horas de vivencias motrices, porque lo que no se haga en
esos ocho primeros años luego no se recupera; y también que sea una motricidad
de calidad, que resulte gratificante, que genere impactos emocionales
significativos porque implique superar riesgos, probar, aprender, y no sea un
movimiento mecanizado, automático, de repetición”, explica Olivera. Por eso
desaconseja iniciar a los niños en un deporte concreto antes de los 9 años.
“Les limita la motricidad y desarrolla aprendizajes sin una base motriz
suficiente; es mucho mejor que el niño juegue, repte, salte, gire, vaya al
parque, monte en bici con sus padres o se revuelque entre las hojas del bosque
y explore y trabaje todas sus capacidades motrices; luego, cuando a los 9 años
se inicie en un deporte, en muy poco tiempo habrá superado a
los niños que llevan practicándolo desde pequeños porque su base es mucho mejor
que la de quienes sólo han trabajado un segmento del cuerpo y actividades
repetitivas”, justifica. Pedro Manonelles coincide en que lo importante es que
los niños hagan ejercicio y lo de menos qué tipo, pero considera que el deporte
aporta ventajas porque permite que se enganchen más a una actividad física y
así la mantengan en el tiempo y no caigan en la inactividad al llegar a la
pubertad o la adolescencia. Enfatiza, eso sí, que a edades tempranas debe
plantearse como un juego y primando el carácter educativo,
sin caer en la sobrecarga física o psicológica. Entre los expertos, hay
consenso en que lo mejor es que el niño realice mucha y variada actividad libre
hasta los 9 años, que a esa edad se inicie en algún deporte – a ser posible en
más de uno para trabajar diferentes habilidades – y esperar hasta los 17 años
para trabajar la musculación con pesos.
¿Cuándo es perjudicial?
Si el ejercicio
bien practicado, tiene muchos beneficios, hacerlo de forma inadecuada puede
tener consecuencias negativas. El presidente de la Federación Española
de Medicina Deportiva, Pedro Manonelles, explica que se han hecho experimentos
en animales que demuestran que una sobrecarga de actividad física –hacer
demasiadas repeticiones, demasiado tiempo o con pesos excesivos– detiene el
crecimiento. En humanos no se ha comprobado, pero sí que la sobrecarga tiene
repercusiones sobre el aparato locomotor y que un exceso de entrenamiento
provoca lesiones específicas en los niños y los adolescentes.
“Aparecen
epifisitis, lesiones en las zonas de sobrecarga, como la rodilla en el caso de
la enfermedad de Osgood-Schlatter, o la cadera en la de Perthes, que es una
lesión importante porque puede producir cojera permanente”, apunta Manonelles.
A veces también se producen lesiones por arrancamiento, porque en la infancia
los ligamentos y tendones son más fuertes que el hueso, que está en formación,
y si se fuerza, es éste el que se desprende. Y más allá de los daños
físicos, los expertos advierten que un exceso de ejercicio o de exigencia
respecto al mismo produce sobrecarga psicológica, porque los niños acaban
saturados o incluso estresados y suelen abandonar la actividad.
Fuente:
http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20111230/54243395017/ejercicio-para-crecer.html
0 comentarios:
Publicar un comentario